Mentiras que parecen verdades

Mentiras que parecen verdades. Verdades que no son más que mentiras. En estos tiempos que corren en los que los representantes han perdido la credibilidad de los representados y los ilusos se han exiliado muy lejos, me pregunto qué podremos hacer mi generación con la peor herencia recibida sin una guerra. Aceptar la realidad que nos llega sin más está claro que no es una opción. Quizás la innovación, la tecnología o la creatividad nos salven individualmente de las tragedias personales que han dejado al descubierto a esa clase media que creyó haber superado sus problemas, pero sin duda hay algo más.

Desahucios, privatizaciones, embargos son causas del miedo. El verdadero problema está en la confianza perdida y en el temor a que unos señores de negro hablando un inglés americano, alemán o chino nos quiten todo cuanto teníamos y cuanto nuestros antecesores ganaron con trabajo, gritos, protestas y valentía. La misma valentía que ahora llama a tu puerta para que dejes lo que estés haciendo, cambies tu cara y te creas que sí, que sí que puedes convertir tus aspiraciones y tus quehaceres en el mejor día a día.



Por desgracia, quienes tuvieron que hacer su trabajo en su momento, no lo hicieron. Quienes tuvieron que modernizar una economía asentada en el sillón del liberalismo primitivo, miraron hacia otro lado. Y muchísimo menos, quienes tuvieron que administrar el futuro de los que depositaron su confianza en su forma de tomar decisiones.

Es hora de decidir el tipo de bañista que has de ser. Es hora de recoger la toalla e ir a una playa de verdad. Porque aunque cueste trabajo reconocerlo, el agua de mentira nunca será un buen competidor.

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