El bueno de Saúl








Una noche de verano en Castilla. La plaza mayor llena de gente; los niños corriendo, los abuelos charlando. Luz candente sobre las mesas de las cafeterías. Gentío. Algarabía. Y un cuaderno para niños ilustrado por Saúl Bass sobre mis piernas.

Nació en la ciudad de los sueños, Nueva York, en esos locos años 20. Estudió arte en Brooklyn de la mano de Gyorgy Kepes, un diseñador húngaro influenciado fuertemente por la Bauhaus y los ratos libres compartidos con Laszlo Moholy-Nagy en Berlín. Años después fue la industria de Hollywood la que lo descubrió. Bass se dedicó al diseño de carteles para películas de directores como Martin Scorsese o Alfred Hitchcock. En todos ellos estaban presentes los colores planos contrastados, las figuras libres, el trabajo artesanal a mano y las composiciones geométricas.


La deliberación las formas, los colores y su integración para transmitir un mensaje me hace pensar en ese juego de niños que consiste en coger unas pinturas de colores y pasar una tarde de verano dibujando. Sus dibujos son la mejor terapia contra el mal humor, el cansancio y la falta de ideas.  Con las obras de Saúl Bass lo difícil se hace fácil: devolver al dibujo su origen en la infancia de los que crecimos con un lápiz en la mano.












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